Capítulo 9 del Secreto del Nindur: Metalúrgica Madrileña
El Mercedes de los mafiosos tras llegar a la glorieta de Atocha y tomar la Avenida de Barcelona, sale de la M−30 a la altura de Avenida de la Albufera y después de callejear un poco llega a una zona de edificios industriales y fábricas abandonadas. Mariña, sin preguntar a su jefe, lo que hace pensar que no es la primera vez que van, detiene el coche frente a una antigua nave a dos aguas construida con piedra en la base hasta la altura de un metro y el resto de ladrillo rojo, en cuya puerta principal hay un letrero de azulejos en el que se lee: Manufacturas Metálicas Madrileñas. Ochenta años atrás esta factoría llena de actividad era conocida como MMM o “Las Tres Marías”.
Tras parar el motor Mariña pregunta a Barqueira:
− ¡Puedo, jefe?
−Adelante −responde él sonriendo.
Y sin más palabras Mariña se vuelve y lanza un certero gancho a la mandíbula de Manu que le deja totalmente noqueado.
Tano y Ringo se mondan de risa mientras sacan al chico a rastras:
−Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… Creo que has ganado por KO, Mariña −dice Tano.
Barqueira se adelanta hasta una puerta metálica pequeña y abre un candado con una de las llaves que ha sacado de su bolsillo. Mientras pasan al interior de la fábrica Manu empieza a recobrar la consciencia y a avanzar por su propio pie.
−Dejadle que tome resuello −dice Barqueira.
Tano ilumina la casi total oscuridad con su querido mechero, al que ha aumentado la intensidad de la llama, hasta que el capo mafioso alcanza el interruptor y enciende las lámparas de plato quecuelgan del techo. A la vista queda entonces una nave muy amplia de la fábrica metalúrgica abandonada en la que destacan viejas máquinas aún en pie y quietas como estatuas de hierro olvidadas de otra civilización. Completan la escena cajas y objetos diversos tirados por el suelo y cubiertos de polvo. Tano y Ringo llevan a Manu a una vieja prensa. Aambos lados de esta hay otras prensas similares.
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−Tenías que haber conocido este sitio en otros tiempos, hijo. Entonces no se hablaba tanto del libre mercado. Ni falta que hacía. Más de cincuenta empleados había aquí. Y muchos más en otras naves. Mi padre uno de ellos… −dice Barqueira.
Y era verdad. Esa había sido la razón por la que Barqueira, según decía, compraría la fábrica más tarde, una vez abandonada. Aunque la principal razón había sido más económica que sentimental. Era un buen sitio para levantar varios bloques de casas. Pero no contaba con que el edificio lo declarasen de interés y no le dejaran derribarlo. De todas formas, acababa de conseguir, con unas suculentas propinas, que lo recalificaran y ahora, conservando el cascarón del edificio principal podría levantar dos bloques de oficinas, ya que por la cercanía de la M−30 y su visibilidad podía ser muy atractivo para muchas empresas.
−Tano, pon un bidón en esa prensa −siguió diciendo Barqueira.
Tano agarra un viejo bidón metálico vacío de cinco litros y lo coloca sobre una de las prensas.
−Mira, hijo, hazte una idea de lo que era esto.
El gánster se acerca a un cuadro de mandos y pulsa un botón. La prensa baja, golpea de forma terrorífica y deja el bidón como un papel de fumar.
− ¿Qué te parece? ¿Te imaginas lo ensordecedor que podía ser esto en aquellos días con doce prensas golpeando a la vez?
Manu empieza a asustarse de verdad.
−No he visto nunca ese colgante. Solo tengo una bolsita pequeña con una pulsera y 3 o 4 anillos…
−Tres o cuatro anillos, ¿eh? −dice Barqueira con sarcasmo.
−Me los dio hace casi un mes. Para un apurillo, me dijo mi padre…
−Pues ahora tienes más que un apurillo, hijo. Adelante, muchachos.
Ringo y Tano forcejean con Manu. Pero con la ayuda de Mariña, que le lleva el brazo izquierdo a la espalda y le sujeta por detrás, le estiran el brazo derecho sobre la prensa y colocan su mano bajo el martillo pilón.
−A lo mejor la bolsa no es tan pequeña. O a lo mejor son dos bolsas… −ríe Ringo.
−Te he dicho antes que nunca he matado a nadie. Yes muy cierto. Igual de cierto que han salido de aquí una decena de gilipollas sin brazos o sin piernas…
− ¡No sé nada, no tengo ni puta idea…! −insiste Manu.
−Encima este capullo quiere tomarnos por tontos. Se acabó tu tiempo.
Barqueira, que está junto a un cuadro de mandos medio arrancado, aprieta uno de los botones. Suena el golpe ensordecedor de una prensa. Manu lanza un grito desgarrador. Luego mira su brazo. ¡Está entero! La prensa que ha golpeado ha sido la de al lado. Los mafiosos se caen de risa. Barqueira ríe también.
−Vaya, suerte sí que tienes, hijo. ¿A ver, Tano, ¿quieres mirar el número de la prensa en la que lo tenéis?
Tano, sin dejar de sujetar a Manu, mira al lateral de la
prensa.
− ¡Por Dios, no lo hagáis! ¡Por Dios…! ¡No sé nada!
−implora Manu aterrado.
− ¡El seis, jefe! ¡Es el número seis!
Barqueira mira con atención y no poco regodeo el cuadro de mandos. Después vuelve a apretar otro de los botones. Un nuevo impacto resuena con estrépito en la nave.
− ¡Ahhhh! −se oye otra vez el grito de Manu.
Pero de nuevo su mano sigue entera. Ha sido en la prensa del otro lado donde el pilón ha golpeado.
−Vaya mierda. Como está el cuadro caído he confundido el seis con el nueve −dice Barqueira divertido.
−A lo mejor es su ángel de la guarda, jefe −sonríe Ringo.
−Esta vez sí que no voy a fallar −añade el jefe mafioso.
− ¡No, por favor! −vuelve a implorar aterrado Manu.
− ¿Me dices entonces dónde tienes las joyas de tu padre?
−Son solo unos anillos. No sé nada de ese colgante. Lo
−Tú lo has querido, hijo.
Pulsa Barqueira una vez más con su dedo índice en el
cuadro de forma teatral. Inesperadamente salta un gran chispazo. En la vieja instalación eléctrica de la fábrica se ha provocado un cortocircuito. La nave se ha quedado sin luz. Solo vemos de nuevo el mechero de Tano, que se enciende al poco. Pero el breve desconcierto de sus torturadores lo aprovecha Manu para zafarse de Tano y de Mariña y darle un rodillazo a Ringo en sus partes. Corre luego tropezando con algunos de los bidones y cajas que hay por el suelo, mientras los mafiosos, orientados por los ruidos, disparan con sus pistolas repetidamente. El resplandor de los fogonazos dibuja las siluetas de los matones de forma fantasmagórica. Las balas rebotan en las máquinas y columnas alrededor de Manu, pero no le alcanzan.
− ¡Que no se escape! ¡Que no se escape u os corto los huevos! −brama Barqueira.
Manu, guiado por el poco de luz que entra, se dirige a una ventana y no lo duda. Se encarama a una de las máquinas y se lanza de cabeza contra ella destrozando los cristales. Cae rodando por los suelos a una calle perpendicular a donde está estacionado el Mercedes. Se levanta cojeando por un fuerte golpe en una rodilla. También tiene un codo y un hombro doloridos. Se sacude los cristales que aún cuelgan de su ropa con el brazo sano y empieza a correr con dificultad. Se sorprende encontrarse en esta calle con tantos coches aparcados. Pero la dificultad para aparcar en la Avenida de la Albufera y calles cercanas ha convertido esta antigua zona industrial en un parking alternativo. Al apoyarse en los coches para no descargar demasiado peso en su pierna herida los golpea, quizás demasiado por los nervios y las prisas, provocando que salten las alarmas de un par de ellos. El aullido de esas alarmas se hace ensordecedor y, lo que es peor, indica a sus enemigos por dónde está escapando. Ve enfrente otra calle y cruza hacia allí para alejarse de las alarmas. Son unos bloques de antiguas oficinas abandonadas que ahora tienen las fachadas llenas de pinturas de grafiteros y pintores urbanos alegrándolas con palmeras y mares azules. Edificios que disfrutan de una nueva vida porque han sido colonizados por grupos de ocupas.
Entretanto los mafiosos han regresado a la calle y suben a toda prisa al Mercedes que dejaron aparcado junto a la puerta de la fábrica. El coche arranca quemando neumáticos y enseguida dobla la esquina dirigiéndose hacia donde suenan las alarmas. Manu, que sigue corriendo como puede con su pierna malherida, oye el motor potente de un automóvil en la calle donde ha dejado las alarmas chillando. Mira atrás y ve, por el movimiento de las luces, que el coche ha empezado a girar y va a alcanzarle por la espalda. No tiene muchas opciones, así que sin pensarlo se encarama y echa de cabeza en un gran cubo de basura de esos rectangulares que ve abierto. Los ocupantes del coche advierten que la tapa naranja que cuelga a un lado del cubo se mueve, por lo que sospechan que ahí se puede haber escondido el chico. El auto frena bruscamente y se baja un hombre alto con una linterna. Manu no puede verlo, pero el coche no es el de Barqueira y sus hombres como supone sino el Audi A8 que arrolló a Tomás y Nancy impidiéndoles perseguir a los raptores. Sin embargo, el hombre de la linterna antes de llegar al cubo regresa al coche corriendo porque por detrás de ellos aparece a gran velocidad el Mercedes verde de los mafiosos. Los hombres de Barqueira, sacando sus brazos con sus pistolas, la emprenden a tiros con los del Audi, ya que creen que han cogido a Manu y se lo llevan con ellos. La persecución con numerosos disparos entre los dos coches continúa hasta la misma Avenida de la Albufera, donde la presencia de un vehículo de la policía con sus luces azules intermitentes y haciendo sonar su sirena provoca que cada uno de los coches beligerantes salga escapando por direcciones opuestas.
Manu ha esperado sin moverse, enterrado entre la basura y restos de comida medio putrefacta de los ocupas, hasta que deja de oír, perdidos en la lejanía, los disparos y los potentes motores de los coches. Entonces se levanta, aparta de su cara y su pelo la porquería, salta fuera del cubo y busca en sus vaqueros si conserva aún su móvil. Está convencido de que la fortuna ha hecho que apareciera la policía para librarle de Barqueira y sus esbirros.